Monarquía o república
Un movimiento político que reaccione frente a los excesos del poder, que persiga el establecimiento de un Estado laico
Documento con fecha
domingo, 07 de abril de 2013.
Publicado el
domingo, 07 de abril de 2013.
Autor: Julián Casanova.Fuente: El País.
Autor: Julián Casanova.Fuente: El País.
No resulta fácil ofrecer una visión general de la sociedad
española, de esta larga crisis, de los límites de la democracia y de la
decadencia del sistema de representación política. Parecemos un país
moribundo, con menos riqueza y poder de lo que presumíamos, con
corrupción y mala administración, sin instituciones en las que confiar.
Como si de una vieja historia se tratara, repetida ya otras veces a lo
largo del siglo XX, hemos pasado del triunfalismo al desengaño. Mucha
gente vomita cabreo, decepción, incluso protesta. Pero frente a los
diagnósticos catastrofistas y el pesimismo sobre el futuro, no aparecen
soluciones, más allá de ese término en boca de muchos, regeneración,
poco original en un país que ya intentó varias. ¿Está el sistema
agotado? ¿Necesitamos un cambio de régimen?
Lo primero que hay que decir es que, desde arriba, hay muy poca
voluntad de emprender el camino del cambio. Los políticos forman
partidos de notables y clientelas, que repiten los mismos nombres y
vicios adquiridos y solo movilizan a la opinión pública en tiempos de
elecciones. Y desde abajo, pese a lo mucho que podemos gritar o
escandalizarnos, y al tono de condena moral presente en muchas
declaraciones, hemos aceptado con bastante conformidad, y hasta
deferencia, la trama de intereses, corruptelas y negocios privados que,
desde la política local al Parlamento, se ha tejido en varios lustros de
bonanza económica. Por arriba y por abajo, el espacio para la acción
política alternativa, de oposición, es ahora, como consecuencia también
de años de inmovilismo y apatía, escaso, casi inexistente.
La derecha en el poder, amparada por una amplia red de medios de
comunicación afines, va a mover pocas fichas, porque sabe que el
problema lo tiene la izquierda, donde cunde el desaliento, fragmentada,
sin liderazgo y a la que puede echar sobre sus espaldas el origen de la
crisis, las expresiones de disidencia y la radicalización de la
movilización social en la calle —desde el 15-M al escrache—. Y aunque
esas acusaciones sean falsas, es indiscutible que la izquierda
parlamentaria tiene hoy serios problemas para representar el descontento
popular y plantar cara al acoso y derribo del Estado de bienestar.
Nadie parece dispuesto a renunciar a sus prerrogativas. La política
institucional está en crisis y para regenerarla ya no se puede contar
con el concurso de la Corona. Desde la muerte de Franco, y sobre todo a
partir del fallido golpe de Estado de febrero de 1981, a muchos les dio
por presumir de Rey, protegerlo frente a las críticas y el debate
público, para preservar lo conseguido y cambiar el pobre bagaje
democrático que la historia de la Monarquía borbónica podía exhibir
antes de 1931. Para ello se ocultó, rompiéndolo, el cordón umbilical que
unía a don Juan Carlos con la dictadura de Franco, de donde procedía en
ese momento su única legitimidad, y se estigmatizó a la República, ya
liquidada por las armas y la represión, como la causante de todos los
conflictos y enfrentamientos que llevaron a la Guerra Civil. No puede
negarse el éxito de esa operación de lavado del pasado, capaz de
sobrevivir, sin grandes cambios, hasta en los libros de texto, durante
más de tres décadas de democracia.
Al mismo tiempo, una buena parte de la clase política trató de
borrar los recuerdos más incómodos de la dictadura de Franco y cuando,
ya en el siglo XXI, el Estado puso en marcha, aunque con mucha timidez,
políticas públicas de memoria, recordar el pasado para aprender, y no
para castigar o condenar, una parte importante de la sociedad reaccionó
en contra. No resulta extraño escuchar a los políticos del PP afirmar
que la Segunda República fue un desastre, reproducir en ese tema las
ideas de los vencedores de la guerra civil y de los voceros
neofranquistas, falsear la historia a gusto de la Iglesia, la Monarquía y
las buenas gentes de orden.
La crisis actual, los escándalos en torno a la Casa del Rey, graves
para la buena salud de la democracia, al margen de cómo acabe la
imputación de la infanta Cristina, y la falta de transparencia y de
respuesta ante ellos van a marcar, no obstante, un punto de inflexión
para la legitimidad de la Monarquía. El cambio en España tiene que ir
acompañado de una renovación cultural y educativa, de nuevas ideas sobre
el mundo del trabajo y de una lucha por la democratización de las
instituciones. Un movimiento político que reaccione frente a los excesos
del poder, que persiga el establecimiento de un Estado laico, que
recupere el compromiso de mantener los servicios sociales y la
distribución de forma más equitativa de la riqueza. Esa nueva cultura
cívica y participativa puede, y debe, alejarse del marco institucional
monárquico y retomar la mejor tradición del ideal republicano. Hacer
política sin oligarcas ni corruptos, recuperar el interés por la gestión
de los recursos comunes y por los asuntos públicos. En eso consiste la
república.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, autor de España partida en dos.
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