viernes, 20 de enero de 2012

FRAGA, AL PAN PAN


Que una vida deje de existir es siempre una noticia triste. Es humano el sentir pena cuando alguien, conocido o no, deja de vivir; entre otras cosas porque, como dijo Norman Cousins, la muerte no es nuestra mayor pérdida, sino lo que muere dentro de nosotros cuando alguien nos deja.

La muerte de Manuel Fraga Iribarne ha conmovido al país. Fraga era un político incombustible al que todas las generaciones vivas de españoles han conocido en activo en el mundo de lo público. En algunos ámbitos se le nombra como “uno de los padres de la Constitución ” y se le cataloga, no sólo desde la derecha conservadora afín a sus ideas, sino también, sorprendentemente, desde desinformados o adulterados sectores de la izquierda, como uno de los hombres que facilitaron la llegada de la democracia a España.

Huelga decir que las loas y panegíricos a los fallecidos suelen contener alabanzas muchas veces desmesuradas, pero calificar a Fraga Iribarne como uno de los padres de nuestra democracia sobrepasa los límites de lo racional y éticamente admisible. Y no creo que el deseo de rendir loor y boato a alguien en sus exequias sea justificación para manipular la verdad histórica y deformar la realidad de nuestro pasado reciente. Porque afirmar tal dislate es tan disparatado como aducir que Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, ayudó a vertebrar la democracia alemana tras el nazismo.

Porque Manuel Fraga fue militante, hasta 1961, en Falange Española Tradicionalista y de las JONS, porque entró a formar parte un año después, en 1962, del gobierno de la dictadura. Porque en 1963 creó el Tribunal de Orden Público, el temido TOP, mediante el cual la dictadura coartaba las libertades y perseguía y represaliaba a los demócratas. Porque en ese mismo año fue fusilado un español, Julián Grimau, y fueron ejecutados a garrote vil Francisco Delgado y Joaquín Granado. Porque fue responsable de la tortura y la muerte de estudiantes y trabajadores antifranquistas.

Porque en 1964, como ministro de propaganda del régimen, en intento de lavar su cara, ideó la campaña falazmente denominada “25 años de paz”, con la que pretendía presentar el franquismo como una época de progreso que encubriera 25 años de represión y miseria. Porque en 1966, bajo su auspicio, se aprobó la nueva Ley de Prensa e Información que continuaría su labor de censura y veto a la libre expresión con numerosas sanciones, expedientes y cierres de medios de comunicación, constituyéndose en la mejor herramienta del sistema para acallar y reprimir la verdad escondida de la dictadura.

Porque, en definitiva y sintetizando mucho, Manuel Fraga pasó 35 años de servicio a la dictadura franquista, y como alto cargo de la misma, fue cómplice y partícipe de toda su política represora, como encarcelamientos políticos, torturas, fusilamientos, exilios, despidos, cierres de medios de información y otros diversas y graves violaciones de los derechos humanos.

Manuel Fraga fue un hombre doblegado al fundamentalismo religioso. Se enorgullecía al afirmar que era “de misa diaria” y que rezaba el rosario todos los días. Quizás sea la explicación al hecho de que justificara todo, incluída la tortura y la muerte de seres humanos, a la hora de su defensa incondicional a los valores excluyentes y patrios que exigía la dictadura a la que sirvió con fervor. Que formara parte de los que redactaron la Constitución de 1978 no tiene por qué ser un mérito si lo hizo para asegurar las prebendas de impunidad a los que estuvieron 40 años matando y aniquilando las libertad y la dignidad de los españoles, y para garantizar las parcialidades que contuvieran el pleno democratismo en su redacción.

Como escribía hace unos días Ignacio Escolar en su blog, España es el único país europeo en el que un ex ministro de propaganda de un régimen totalitario y represor es denominado “padre de la democracia”, y no sólo por los de su ideología, sino por la de los que, supuestamente, defienden el progreso democrático, como representantes de partidos políticos de izquierda e, incluso, sindicatos de trabajadores. Todo un despropósito que sólo puede ser producto de vulgar hipocresía, soez impostura o estupidez supina.

Fraga era, al contrario, más coherente, porque no renegó nunca de su adhesión al franquismo. Por mi parte, a nivel personal, todos mis respetos y mi pesar por la muerte de un ser humano, exactamente el mismo respeto que me inspiran los miles de muertos anónimos por defender la democracia en nuestro pasado reciente; desde lo público, mi rechazo, como el de cualquier demócrata, a su importante contribución a la terrible dictadura que asoló España gran parte del siglo XX. Las cosas claras; y llamemos al pan, pan, para no caer en absurdas, indecentes y vulgares paranoias.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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