sábado, 28 de febrero de 2015

CARTA ABIERTA DESDE UNA FOSA CERRADA


Carta abierta desde una fosa cerrada

memo197Joan*. LQSomos. Febrero 2015

Desde este agujero oscuro donde ya no tengo constancia de mi propio cuerpo, mis huesos se mezclan con los de mis compañeros y me esfuerzo para asirme a la persona que fui. Nadie aquí sabe dónde empieza y dónde termina su esqueleto y dentro de esta hermandad de tierra y piedras, que es nuestro orgullo y nuestra pena, lloramos polvo y olvido. Es aquí mismo donde nuestra sangre derramada se solidificó junto a nuestras ideas antifascistas, que continúan tan fuertes como el tronco del árbol que sabemos crece hermoso sobre nuestros cráneos agujereados, alimentado desde su cuna, aquel día lluvioso, por nuestra carne valiente. Este árbol es nuestro contacto con la vida, sus raíces se entrelazan con nuestros restos y nos hablan de hojas, flores y frutos, y así sabemos que fuera de esta cavidad húmeda el mundo conserva todavía cosas que podríamos reconocer. Entendemos que la vida continúa sin nosotros, los que perdimos, pero que no nos arrodillamos para que los que seguían nuestros pasos se mantuvieran de pie sin agachar la cabeza.

En esta soledad infinita en la cual nos hacemos una compañía muda, las preguntas nos asaltan, en silencio, porque sabemos que estamos muertos y porque somos conscientes que el aliento que nos robaron una noche sin estrellas nunca volverá. Una respuesta si tenemos, la certeza de que no veremos ni madres, ni padres, ni hijas, ni hijos, ni hermanas, ni hermanos, ni compañeras, ni compañeros, nunca más. Nos preguntamos con mucha desazón, si aquellos que nos sobrevivieron nos tienen en su recuerdo y en su corazón. Tenemos miedo de saber porqué todavía estamos aquí ¿es que quizás todavía manda y ordena el terror fascista? Nuestro consuelo en la helada oscuridad sólo son sus memorias y saber que quizá todavía nos buscan con la determinación de encontrarnos.

Yo no creo en ningún dios, sólo necesito tener fe en que un día alguien abra esta fosa, que la luz del sol me vuelva a tocar, que el viento me acaricie y poder volver a casa a descansar, a mi pequeña tierra, con aquellos que amé y que me amaron.

Dentro de nuestros silencios que encierran celosamente las historias compartidas en una celda, las repensamos una por una para que no desaparezcan, para recordar quiénes somos y porqué luchamos, y en este silencio añoramos tanto y tantas cosas… No puedo gritar, no puedo arañar este pesado techo, pero yo, que no sé rezar, ruego para que unas manos vivas y firmes retiren este peso que me ahoga. Por favor, alguien lo tiene que hacer antes de que nuestros huesos pierdan la memoria y nadie pueda decir que yo un día fui un trabajador, apodado filósofo -cosas de mi pueblo-, que con un fusil y muchos sueños partió al frente a defender la libertad. Un carpintero que hacía ataúdes para los que emprendían el viaje sin retorno, muchos, antes de tiempo por culpa de la injusticia. Un hombre que tenía una familia y unos amigos. Yo, qué ironía, no tuve el abrigo de la madera, y para dormir este sueño inducido por los asesinos, como único colchón la fría tierra de esta fosa que no sé ubicar. Hace tanto de tiempo que estoy aquí que ya no tengo fuerzas ni para recordar desde cuándo os espero.

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