JAVIER VERDEJO, ASESINADO POR LA GUARDIA CIVIL EN 1976
Al escuchar a Arsenio Fernández de Mesa,
director de la Guardia Civil, anunciando que la Benemérita se
querellaría contra los que propagaran calumnias sobre su responsabilidad
en la muerte de quince subsaharianos en las aguas de Ceuta, he
recordado el asesinato de Javier Verdejo, estudiante de biología en la
Universidad de Granada y militante de la Joven Guardia Roja, rama
juvenil del Partido del Trabajo de España (PTE). Sólo tenía 19 años y lo
asesinó la Guardia Civil en la madrugada del 13 al 14 de agosto de
1976. Su delito consistió en realizar una pintada en los muros del
Balneario de San Miguel de Almería. Su propósito era escribir “Pan,
Trabajo y Libertad”, pero sólo pudo pintar “Pan, T”. Unos compañeros
vigilaban y le avisaron de la aparición de la Guardia Civil. Todos
huyeron, dispersándose en distintas direcciones. Javier corrió hacia la
playa e intentó esconderse en una caseta, pero un agente lo mató a
sangre fría. La versión oficial afirmó que había sido un desgraciado
accidente. El guardia que disparó “tropezó y su arma, un Z-62, se le
disparó”. Sin embargo, los compañeros de Javier aseguraron que el tiro
se efectuó de frente y a cuatro o cinco metros de distancia. El padre de
Javier, Guillermo Verdejo Vivas, había ejercido de alcalde de Almería
durante la dictadura franquista y declinó realizar una denuncia. Roberto
García-Calvo, Gobernador Civil de Almería y, más tarde, juez del
Tribunal Constitucional, actuó con el mismo talante amenazador que
Arsenio Fernández de Mesa, “advirtiendo del riesgo que supondría acusar a
un guardia civil sin pruebas”. El Estado raramente defiende a sus
maestros, médicos o bomberos, pero siempre está dispuesto a sacar pecho
por las Fuerzas de Orden Público.
El entierro de Javier Verdejo convocó a 2.000 personas que trasladaron el féretro a hombros durante cuatro kilómetros. Más tarde, se concentraron en la Plaza de San Pedro, exigiendo justicia. Rafael Alberti le dedicó un poema: “Pintad con mano segura, la Libertad en la luz, no en una prisión oscura”. Juan de Loxa escribió con rabia e impotencia: “Pan y Trabajo, prima, / pan y trabajo / siempre se escapa el tiro / pa los de abajo. / Que mala pata, prima, / que mala pata / no les saliera el tiro / por la culata”. Otros artistas manifestaron su solidaridad con canciones y acuarelas. No sirvió de nada. El crimen quedó impune. La Guardia Civil añadió una nueva infamia a su ya negra historia. Manuel José García Caparrós, un joven malagueño y militante de Comisiones Obreras, murió en circunstancias similares un año después. Esta vez el disparo procedió de la Policía Armada, que lo mató el 4 de diciembre de 1977 mientras intentaba izar una bandera andaluza en la Diputación Provincial de Málaga. El 16 de noviembre de 1995 el Ayuntamiento de Málaga le dedicó una calle y en 2013 se le nombró Hijo Predilecto de la Provincia a título póstumo. En cambio, Javier Verdejo nunca ha recibido un homenaje o un desagravio.
El entierro de Javier Verdejo convocó a 2.000 personas que trasladaron el féretro a hombros durante cuatro kilómetros. Más tarde, se concentraron en la Plaza de San Pedro, exigiendo justicia. Rafael Alberti le dedicó un poema: “Pintad con mano segura, la Libertad en la luz, no en una prisión oscura”. Juan de Loxa escribió con rabia e impotencia: “Pan y Trabajo, prima, / pan y trabajo / siempre se escapa el tiro / pa los de abajo. / Que mala pata, prima, / que mala pata / no les saliera el tiro / por la culata”. Otros artistas manifestaron su solidaridad con canciones y acuarelas. No sirvió de nada. El crimen quedó impune. La Guardia Civil añadió una nueva infamia a su ya negra historia. Manuel José García Caparrós, un joven malagueño y militante de Comisiones Obreras, murió en circunstancias similares un año después. Esta vez el disparo procedió de la Policía Armada, que lo mató el 4 de diciembre de 1977 mientras intentaba izar una bandera andaluza en la Diputación Provincial de Málaga. El 16 de noviembre de 1995 el Ayuntamiento de Málaga le dedicó una calle y en 2013 se le nombró Hijo Predilecto de la Provincia a título póstumo. En cambio, Javier Verdejo nunca ha recibido un homenaje o un desagravio.
No advierto grandes diferencias entre la
España de 2014 y la de 1976. Arsenio Fernández de Mesa ha elogiado el
comportamiento “impecable de la Guardia Civil” y ha negado que se
disparase pelotas de goma contra los inmigrantes, no se les auxiliara en
el mar o se les acompañara hasta la frontera, lo cual está prohibido
por la ley. Además, ha afirmado que “el 85% de los españoles tienen la
limpieza y el trabajo de la Guardia Civil como el de la institución más
valorada del país”. Yo debo formar parte del 15% que aún asocia la
Benemérita al famoso romance de Federico García Lorca: “Los caballos
negros son. / Las herraduras son negras. / Sobre las capas relucen /
manchas de tinta y de cera. / Tienen, por eso no lloran, / de plomo las
calaveras. / Con el alma de charol / vienen por la carretera. /
Jorobados y nocturnos, / por donde animan ordenan / silencios de goma
oscura / y miedos de fina arena”. Las declaraciones de Arsenio Fernández
de Mesa se han desplomado con la comparecencia en el Congreso de Jorge
Fernández Díaz, Ministro del Interior. El ministro ha admitido que se
dispararon pelotas de goma, pero que los impactos se produjeron “lejos
de donde estaban los inmigrantes”, lo cual no concuerda con la versión
de diferentes testigos, según los cuales los proyectiles impactaron en
el cuerpo y en los flotadores, muchas veces pinchándolos, algo que sólo
pudo producirse si se emplearon balas de goma o munición real. Fernández
Díaz ha reconocido que 23 subsaharianos llegaron a la parte española de
la playa de Tarajal y que la Guardia Civil les entregó a los agentes
marroquíes. Para justificar esta flagrante violación de la ley, se ha
enredado en un estrafalario juego verbal, esgrimiendo que la frontera no
es una línea perfectamente demarcada, sino un concepto retráctil,
flexible y elástico. Por supuesto, esta interpretación nace de “razones
humanitarias”. Después de la estrambótica declaración de Ruiz-Gallardón,
afirmando que “la reforma de la ley del aborto sería buena para la
economía”, nada debería sorprendernos, pero Fernández Díaz nos ha
recordado una vez más que nuestra vida política está llena de imbéciles y
malvados.
Javier Verdejo no era un inmigrante
subsahariano, pero sí otra víctima de la Guardia Civil. Somos muchos los
que deseamos la disolución de este cuerpo, que ejerció una represión
feroz en el campo andaluz, hostigando sin tregua a jornaleros,
sindicalistas y anarquistas. Al finalizar la guerra civil, se convirtió
en una de las herramientas más temidas de la dictadura. Luchó contra el
maquis y se mostró implacable con la oposición. La tortura no es un
asunto del pasado, sino un procedimiento rutinario durante el período de
incomunicación contemplado por la legislación antiterrorista. El Comité
Europeo para la Prevención de la Tortura consideró “creíbles y
consistentes” los testimonios de diez detenidos en marzo de 2011.
Beatriz Extebarria, acusada de pertenecer a ETA, denunció que había sido
violada anal y vaginalmente con un palo. Su calvario recuerda al de
Martxelo Otamendi, director de Egunkaria. Detenido en 2003 y
absuelto siete años más tarde por la Audiencia Nacional, uno de los
agentes que le interrogó le advirtió con frialdad: “Esto es la Guardia
Civil. Olvídate de tus derechos”. Otamendi denunció que le habían
golpeado, humillado y vejado sexualmente. Le aplicaron la bolsa dos
veces y le metieron el cañón de una pistola en la boca. En 2012, el
Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó al Estado español a pagar
una indemnización de 24.000 euros a Martxelo Otamendi por no haber
investigado de manera efectiva su denuncia por torturas. Podría citar
más casos, pero creo que es suficiente. Para muchos, la Guardia Civil
siempre representará el lado más sombrío de la represión política. El
asesinato de tres trabajadores en Almería en 1981, torturados hasta la
muerte al ser confundidos con un comando de ETA, la trama verde del GAL o
el asalto de Tejero al Congreso son las imágenes que perdurarán en la
memoria colectiva de buena parte de la sociedad. Por el contrario,
Javier Verdejo –al igual que los cinco jóvenes fusilados por la Guardia
Civil el 27 de septiembre de 1975- simbolizarán la dignidad, el coraje y
la rebeldía de los que lucharon por una sociedad más libre y menos
desigual. Creo que Javier Verdejo merece el mismo epitafio que Jon
Paredes Manot, “Txiki”: “Mañana, cuando yo muera, no me vengáis a
llorar. Nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad”.
RAFAEL NARBONA13-02-14
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