jueves, 16 de enero de 2014

REYES MAGOS

Coral Bravo
Coral Bravo
Retazos
Reyes Magos
Magos lo son, realmente, si llegan a conseguir lustrar una imagen que, por las evidencias salidas a la luz, se ha desprestigiado hasta lo indecible en la opinión colectiva. No me refiero a los “reyes de Oriente”, no; de ellos sabemos que son una gran mentira, copiada por el cristianismo de una leyenda mesopotámica, que nos manipulaba la mente en la infancia contribuyendo a hacernos adeptos a una ideología irracional e intolerante antes de tener las herramientas intelectuales suficientes para cuestionarla. Y en ello siguen. No, me refiero a los otros reyes, los de verdad, los que cuestan a los bolsillos de los españoles la nadería de 79 millones de euros anuales, sin contar, porque se mantienen en secreto, las partidas que destinan a sus gastos los ministerios de Defensa, Hacienda e Interior. Me refiero a esa institución con tanto y tanto prestigio, no sabemos si infundado, a lo largo de toda la democracia; prestigio que ha caído en picado en los últimos tiempos por los datos que todos, más o menos, conocemos.
Magos son, efectivamente, o magos pretenden ser, si aspiran a limpiar lo que no se puede limpiar porque está sucio desde sus propias entrañas. Los españoles no somos tontos, como parece que creen algunos. Cacerías en Botswana, supuestos delitos de prevaricación, de apropiación indebida de dinero de todos, de tráfico de influencias, de privilegios inadmisibles en el terreno judicial, de supuestas comisiones, de vidas de súper lujo mientras se asfixia la subsistencia cotidiana de los ciudadanos, de regalos multimillonarios de empresarios, de amistades con chinos de reputación más que dudosa, de dineros en paraísos fiscales, de grandes fortunas salidas de la “nada”, etc.etc., son motivos más que suficientes (por supuesto, todo supuestamente) para que los españoles escuchemos con hastío e indignación una aparente dedicación al bien común, que, con obviedad, se percibe como falsa y engañosa.
Rafael Spottorno, jefe de la Casa Real, pedía el pasado sábado que se acelere la instrucción del caso Nóos, que calificaba de “un martirio” para La Zarzuela. Efectivamente, imagino que esta cuestión es un martirio para los miembros de la familia hipotéticamente modelo de las familias españolas. Habituados a tener a la prensa de su lado, a que se viertan ríos de tinta en su loor y alabanza, y a que exista un veto implícito para evitar la transparencia en cualquier asunto relacionado con sus andanzas, el que se muestren a la opinión pública, por fuerza de su enorme gravedad, delitos que llenan de lodo su sangre azul debe ser muy duro. No más duro que el martirio de los españoles al conocer que algunos de los miembros de esa familia han traficado con influencias y se han apropiado de manera fraudulenta de fondos de instituciones públicas, es decir, de dinero de los españoles desamparados y acorralados.
Porque es inmenso el martirio diario de millones de españoles sin trabajo, sin sanidad decente, sin derecho a manifestar su malestar, sin derechos básicos, sin trabajo o con sueldos misérrimos, sin expectativas de futuro, sin posibilidad de una vida digna, sin libertad. La familia real, según la evidencia, en lugar de combatirle se sumó al carro de los neoliberales, que alientan la corrupción y que hacen suyo el dinero de todos, mientras hablan de recortes y de crisis a los ciudadanos y sumen al país en la impotencia y la miseria. Probablemente, cualquier españolito de a pie que hubiera delinquido, supuestamente, como alguno de sus miembros, lo tendría mucho más difícil que la familia real. Sin duda, ellos no se quedarían sin derecho a asistencia médica por pasar una temporada en el extranjero, como acaban de estipular los de este PP tan caritativo y tan cristiano. Que no se autoproclamen como víctimas, porque las víctimas son los demás.
Mucha magia potagia haría falta, repito, para borrar de la conciencia ciudadana tanto exceso y tanto atropello. Aunque la raíz de la cuestión está, quizás, en que, parafraseando a Eduard Punset, estamos conviviendo con los cambios tecnológicos del siglo XXI y, a la vez, con instituciones, como la monarquía o la Iglesia, que son oscurantismos de la Edad Media. De hecho, ambas instituciones son  antidemocráticas en su propia esencia. Y es que, como dice el mismo autor, “para mí la libertad y la democracia es que el Rey no tenga más derechos que yo”. Si así no es, que no nos hablen de derechos, ni de libertad, ni nos hablen de democracia.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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