Retazos
Que no nos roben la ternura
| 20/septiembre/2012
La solidaridad es la ternura de los pueblos,
decía la novelista y poetisa nicaragüense Gioconda Belli, aludiendo al
deseo universal de los que consideramos que el bienestar y el progreso
propios son inentendibles sin el bienestar y el progreso ajeno. ¿Es
posible ser libre rodeado de esclavos? ¿Es posible ser feliz rodeado de
infelices? ¿Es posible disfrutar la riqueza cuando se obtiene de
empobrecer a los otros? ¿Se puede vivir con la conciencia tranquila
cuando la inconsciencia propia genera sufrimiento y dolor en los que nos
rodean? Opino que la respuesta es absolutamente no, para cualquier
persona decente y con las neuronas y el corazón en su sitio.
Otra cuestión es la opinión y la actitud de los mal llamados
“liberales”, quienes, como nos están mostrando día a día con su infame
gestión, benefician obscenamente a unos pocos con el perjuicio, la
pobreza y la miseria de la mayoría. Y ello con determinación y con saña,
lo cual es, quizás, lo más miserable. Desde que el “neoliberalismo” se
instaló en las políticas occidentales por obra y gracia de Reagan, Bush y
demás elementos neoconservadores, esta tendencia económico-política
voraz y cruel ha ido empobreciendo paulatinamente a las sociedades y
desgastando el sentido ético de lo que consideramos justo. Ha hecho
primar el valor del dinero por encima del valor de las personas, lo cual
viene a negar los valores humanistas que, desde la Ilustración , han
sido el baluarte de todo progreso social, político, científico y humano.
Se nos escapa la ternura de entre los dedos cuando percibimos que
cientos de personas acuden a tropel en busca de comida a los
contenedores de los mercados; y se nos escapa la ternura de las manos
cuando vemos a familias en la calle con deudas bancarias por casas que
los bancos ya les quitaron; y se nos escapa la ternura cuando se niegan
medicinas o servicios básicos a las personas más desprotegidas para
hacer acopio de dinero que se regala a banqueros multimillonarios. Y se
nos escapa la ternura cuando vemos a ancianos mendigando, o a niños que
pasan hambre, o a enfermos tirados en las aceras, mientras la asignación
millonaria del Estado a obra social se la reparten unos cuantos
miserables. Y también se nos escapa a raudales la ternura cuando nos
enteramos de que los mismos que fabrican pobres en serie prohíben la
pobreza en las calles. Será que ser pobre es pecado, y que la pobreza
les molesta a los mismos que la generan.
Decía hace no mucho, en un magnífico artículo, García Montero que
“Sin compasión, la teoría se convierte en catecismo dogmático y las
reflexiones desembocan en la crueldad. Uno de los síntomas más claros de
la falta de justificación intelectual, científica o teórica de la
actual política neoliberal es su falta de compasión, su extrema
crueldad”. Porque los neoliberales, o liberales, a secas, como a ellos
les gusta nombrarse, no tienen compasión, y porque esa falta de
compasión desemboca en una intensa crueldad que se ceba, especialmente, y
a sabiendas, con los más débiles.
Es una crueldad que pulula en el ambiente a modo de faro de guía para
una clase política y una parte afín de la sociedad que disfrutan, como
el aficionado disfruta de la agonía y la muerte del toro, de la
precariedad y del dolor de los más indefensos. Y una sociedad insensible
al dolor ajeno es una sociedad, además de ignorante, profundamente
enferma; enfermedad cruenta que consiste en la ausencia de corazón, y
que es la metáfora de lo más despreciable y hostil del ser humano. Por
eso no dejemos que nos roben la ternura de las manos; nos la pueden
negar desde las tribunas oficiales, desde las políticas, las
instituciones y los decretos “liberales”, desde los medios de
comunicación fabricados a su medida; …pero quedamos las personas. Seamos
ahora más solidarios y cómplices que nunca. Que no nos roben la
ternura.
Coral Bravo es doctora en Filología
elplural
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