No olvidamos. Y no olvidamos no porque seamos rencorosos, no. No olvidamos porque queremos. Queremos a nuestros familiares, amigas y amigos asesinados, represaliados y desaparecidos. Queremos con la fuerza que nos dan sus razones y sus ejemplos, con la obligación de los que no ven pasado en este sentimiento sino futuro, el de sus ideas y su lucha para cambiar un mundo sobre el que se extendía la sombra del fascismo, la misma sombra que nos barra hoy el paso a la justicia.


Son muchos los sentimientos que se reúnen en esta búsqueda de la verdad, la justicia y la reparación que llevamos a cabo, ninguno de estos se llama venganza, todos son dignos y justos y nos empujan con toda la determinación a continuar con nuestras reivindicaciones por muchos palos que nos pongan en las ruedas.

Dice el Director del Memorial Democrático que lo que distingue una democracia de una dictadura es la capacidad de la primera para dignificar todas las víctimas sin excepción. Esta es una apreciación moral arraigada en cuestiones religiosas tan importantes para este gobierno, hasta el punto de caricaturizar el “conflicto”, como ellos lo denominan, y convertirlo en una guerra de religión donde las víctimas de la retaguardia eran mártires de la Iglesia por cuestiones de fe. Ya llevamos demasiados años de transición para estar todavía en este punto. Ya estamos hartos de que nos tiren a la cara los religiosos muertos cada vez que hablamos de los antifascistas asesinados, como si sus vidas tuvieran más valor, como si ellos no se hubieran posicionado junto a los golpistas. Estamos hartos de que no nos dejen hablar alto y claro sobre los muertos y expoliados republicanos y antifascistas responsabilidad directa de una Iglesia que atentó contra sus propios mandamientos, para salvar sus privilegios, construidos durante siglos sobre la miseria de un pueblo sometido a su ley. Ya estamos hartos de decir que hay unas víctimas que ya disfrutaron de la gloria y el beneficio por no haber estado junto a la legalidad, pero que pasa con las víctimas que la defendieron y que todavía tienen que demostrar su dignidad?, Qué democracia es esta que no reconoce los derechos de las víctimas del fascismo, pero que exige el perdón y la reconciliación como una claudicación democrática?. Nadie nos tiene que dar lecciones de democracia y queremos expresar que lo que diferencia una democracia de una dictadura es la capacidad de hacer justicia de verdad a sus defensores.

Fue un abril de 1931 cuando la República se proclamaba en los balcones de los ayuntamientos de los pueblos, por las plazas y las calles del país. Aires de libertad hacían ondear tricolores y quatribarradas y se llevaban el olor a rancio de coronas y a inciensos de estados confesionales. Se percibía un nuevo olor a derechos, a pan, a tierra, a educación y a mujeres emancipadas. Una primavera donde el pueblo marchito y oprimido floreció con los colores de la dignidad dibujando nuevos caminos de prosperidad. 81 abriles después añoramos estas sensaciones y soñamos repúblicas de libertad, de derechos y de justicia social robados, otros recuperados y otra vez robados por los fascistas que golpearon de muerte la república, y por los que hoy no han renegado de su herencia ideológica, muchas veces heredada por vía genética.

Por todo esto la chica de la foto, como antifascista, aprecia y defiende el derecho a la justicia de su tatarabuelo José, que conoció a través del testimonio de su abuela, niña de la guerra, que todavía llora por el sufrimiento de su abuelo. Por eso exige la anulación del juicio de José.

El respeto para todas las personas que fueron víctimas de la represión fascista es un fuerte hilo conductor que no podrán romper, un cable por el que viajan miles de historias vivas que se conectan formando una red donde atrapar la negación de los crímenes de lesa humanidad, la amnistía de los verdugos, la impunidad del fascismo, las fechas de caducidad para cuestiones imprescriptibles, … Unas víctimas parías entre los parías a las cuales se les niega cualquier derecho amparándose en leyes incompatibles con los derechos humanos, leyes intocables y sublimadas por unos políticos que no saben de democracia sino de intereses, de miedo y de vasallaje al legado del franquismo. Ella sufre indignación y como ella, miles de nietos y bisnietos comparten este sentimiento. Estos jóvenes en este tiempo de recortes de todo tipo recuerdan la lucha de sus familiares y se alientan en la defensa de sus sueños mirándolos a unos ojos sin vestigios de resignación.

Los que nos precedieron gritaron “No pasarán”, lo hicieron tan fuerte y con tanta dignidad que atravesaron las barreras del tiempo y el espacio y todavía en todo el mundo se grita con todo tipo de acentos su consigna para parar la injusticia y el fascismo, de Escocia a Marsella, de Atenas a Barcelona. Los que murieron con este grito en la garganta, con este pensamiento en su cabeza, con este sentimiento en su corazón son nuestras víctimas, las que una sociedad democrática tiene que honrar.