domingo, 17 de julio de 2011

EXIGAMOS AL PAPA QUE PIDA PERDON POR EL GENOCIDIO DE LOS REPUBLICANOS


LA IGLESIA CATÓLICA NO HA PEDIDO PERDÓN POR LA CONSPIRACIÓN COMETIDA CONTRA CONTRA LA REPÚBLICA Y POR SU IMPLICACIÓN DIRECTA E INDIRECTA EN LOS CRÍMENES DEL FASCISMO ESPAÑOL DE CUYO APARATO FORMÓ PARTE DESDE EL GOLPE DE ESTADO HASTA MÁS ALLÁ DE LA MUERTE DEL DICTADOR.


Mucho tendrá que rezar el Papa y mucho tendrá que suplicar el perdón de las víctimas del franquismo el día que esté dispuesto a hacerlo, porque fueron muchos los pecados, que describe como tales su santa institución, para un tribunal de derechos humanos crímenes no prescritos, los que fueron cometidos en la España fascista a partir de 1936. Por no hablar de los que ya habían acumulado hasta esa fecha, ya que su comportamiento, lejos de poder ser definido como cristiano, fue el de un opresor exprimidor de un pueblo castigado por el hambre y el analfabetismo, al que tan generosamente contribuyeron.

Sólo sería bienvenido Ratzinger a Barcelona si viniera a pedir perdón públicamente por todos esos crímenes, siempre que se pagara el billete, la estancia y el púlpito. Y al mismo tiempo dejara sin efecto la canonización de los que no fueron fieles a la forma de gobierno y al gobierno elegido democráticamente por el pueblo.




El papa viene a visitar un estado en el que las víctimas de la Iglesia siguen en cunetas y fosas comunes sin identificar. Iglesia que aún sobre los muros de algunos de sus edificios tiene escrito los nombres de los caídos por dios y por la patria, mientras los familiares de los desaparecidos con la ayuda de la Santa Madre Iglesia los siguen buscando. Aún ahora la jerarquía católica, que vive en los tiempos del nacional-catolicismo, del que tanto recibieron, desean que los asesinados por el fascismo sigan sepultados en silencio. En su visita, el Papa, puede que camine sobre los cadáveres de nuestras víctimas. Así le exigimos que pida perdón a las familias de los asesinados, a los que sufrieron el terror que organizaban sus jerarquías contra los antifascistas, pues todo este sufrimiento sigue intacto. Que pida perdón por haber asolado el suelo del estado español con uno de los mayores genocidios de la historia, el de los defensores de la República.

Son verdades duras que deben ser conocidas. La conspiración de la Iglesia, de su jerarquía, empezó nada más llegar la República. Este régimen no les convenía, temían perder un poder que venía desde los oscuros tiempos de la Edad Media y que no estaban dispuestos a que nadie pudiera mermarlo, no consentirían que hubiese un estado laico que liberará de su yugo a un pueblo esclavo de la superstición y la ignorancia en que los mantenía la Iglesia. Todo era bueno, y todo lo fue, para acabar con él. Las conspiraciones empezaron inmediatamente. Dinero, armas, jóvenes católicos fanatizados, curas que llamaban a la rebelión desde el altar. En Navarra se mandaban a los jóvenes al Vaticano para aprender el manejo de las armas con los fascistas del Duce, en los conventos se escondía armamento esperando el día bendito en que podrían utilizarlo contra el pueblo, un pueblo que aspiraba a deshacerse de tanta tiranía eclesial y caciquil. Por fin, Franco, el general felón, decidió acabar con las libertades, con la bendición eclesiástica, y entonces la curia pudo dar libre curso al odio que sentía por los ciudadanos de un país democrático que ya no necesitaba su guía.

El cardenal Gomá es uno de los personajes más esperpénticos de la historia, catalán, nacido en Tarragona y furioso anticatalanista. Fue él quien inventó el término de Santa Cruzada para la rebelión de militares, católicos y oligarcas. Su homilía llamando a la “guerra santa” tuvo un gran éxito y el Papa concedió indulgencia plena a los que murieran combatiendo al régimen legal español y puesto que se trataba de una cruzada, los que asesinaban, robaban, o violaban lo hacían por dios y contaban con su beneplácito. Los republicanos no eran más que objetivos a eliminar, no había que sentir remordimientos por derramar su sangre.

Había veda libre para matar y los curas no dejaron de hacerlo. Era bueno porque había que ser temeroso de dios pero también de sus representantes en la tierra y acatar lo que su inmenso poder dictara. Y no se privaron, con las armas acumuladas en las iglesias subían a los campanarios para tirar contra el pueblo. En las zonas donde los golpistas rebeldes tuvieron éxito empezaron inmediatamente a organizar el terror. Los curas de cada localidad sabían muy bien los que eran republicanos, los que pertenecían a sindicatos, los que militaban en partidos de izquierdas, los que habían votado por el Frente Popular en las elecciones democráticas y legítimas que este ganó. Todos debían desaparecer para mayor gloria de dios, y así se hizo. Los curas denunciaban a las víctimas a los militares y a los falangistas, estos iban a buscar a los señalados y los fusilaban sin mayor empacho, eran el brazo ejecutor de la Iglesia con la que compartían su interés de clase y privilegio.

Los curas denunciaban a todos los que les resultaban molestos, los que no iban a misa, las parejas que no consentían en casarse por la Iglesia, a los padres de niños no bautizados o portadores de nombres revolucionarios. Las mujeres, las víctimas seculares de la Iglesia, eran las más castigadas, eran víctimas del escarnio público, de la tortura, de violaciones, de la represión en cárceles regidas por instituciones católicas, de los paseos y fusilamientos, del robo de sus hijos. Niños que acababan en el seno de familias fascistas o en orfelinatos donde podían hacer con ellos lo que quisieran. Antonio Vallejo Nájera, el siniestro psiquiatra fascista había decretado que los rojos eran enfermos mentales y que sus hijos debían ser separados de ellos para evitar la contaminación Hoy en día aún se sigue buscando a los niños robados por curas y monjas y será difícil que esas víctimas recuperen su identidad. Cuentan que las monjas salían con cestos de recién nacidos de madres pobres para venderlos a padres adoptivos, a las madres se les decía que sus hijos habían muerto, esto duró hasta los años 60.

Los curas bendecían a los que fusilaban. En algunos casos, cuentan testigos, como veían a los hombres de dios patear a los fusilados entre carcajadas, o decir dale a este otro tiro que aún se mueve. Violaciones, abusos, torturas, vejaciones, asesinatos, robos y más, estos crímenes se cometieron con el beneplácito y el apoyo de la Santa Madre Iglesia que no tuvo reparos en pasarse sus propios mandamientos por debajo de la sotana. También fue dedo acusador en los juicios sumarísimos en los que participaron activamente. Cuentan testigos que veían como el tribunal miraba al cura y este al estilo de un emperador romano colocaba su pulgar hacia abajo mientras sonreía.

Los republicanos sabían lo que les esperaba en manos del nacional-catolicismo y al ver perdida la contienda, los que pudieron se retiraron a Francia, una república democrática donde esperaban ser acogidos. Lo fueron pero en campos de concentración. El rechazo y el miedo de la población a los exiliados fue también culpa de la Iglesia, hasta allí les persiguió el odio de los hombres de dios. Las homilías que los obispos habían mandado a todo el mundo cristiano presentaba a los republicanos como demonios y encarnaciones de Satán, los periódicos a las órdenes de las jerarquías eclesiásticas llamaban a la población a tratar a los españoles como apestados. Así los católicos bienpensantes les negaron el pan y la sal a estas víctimas del fascismo. Contaban los refugiados que los franceses intentaban levantar la falda de mujeres y niñas para ver si tenían rabo, era lo que los curas les habían dicho. Muchos de estos exiliados murieron en campos de concentración franceses, los supervivientes se encontraron en medio de la guerra europea y el régimen franquista les quitó la nacionalidad española entregándolos a Hitler para que hiciera con ellos lo que quisiera. Muchos fueron asesinados en los campos nazis y pocos volvieron. El Vaticano sabía lo que estaba pasando y no sólo fue cómplice con su silencio sino que participó de los beneficios que reportaba tanto exterminio.

Hay que recordar el clima de miedo que se instauró después de la victoria fascista. Los curas eran los encargados de vigilar a los supervivientes del genocidio planificado, tenían potestad para dar certificados de buena conducta que se necesitaban para tener acceso a los alimentos. La miseria era enorme, viudas y huérfanos morían sin auxilio, sus tierras y bienes habían sido robados por los fascistas y el clero, qué aun hoy día continúan siendo propietarios del producto de estas rapiñas. Las víctimas para poder sobrevivir necesitaban el aval divino, debían ir a la iglesia, pedir perdón por sus maridos fusilados, por sus hijos torturados y callar los robos y violaciones que habían sufrido, se debía olvidar el lugar donde sus familiares fueron asesinados y echados en grandes fosas, muchas mujeres debieron ponerse hábito para ser merecedoras de la gracia de dios y del cura.

Puesto que hay gente que niega el genocidio político cometido en este estado, recordemos la exterminación sistemática de los maestros de la República, los jóvenes que con entusiasmo fueron por pueblos y ciudades, a barrios humildes, con la alegría de poder acabar con el analfabetismo, enseñar a los adultos y a los niños las ventajas de la cultura y el poder de ésta para sacarlos de la pobreza. Esto era lo que la Iglesia más temía, el saber podía abrir los ojos a los ciudadanos y la cultura hacer de ellos hombres libres, lejos de las mentiras que siempre les habían inculcado, en un país donde la enseñanza siempre estuvo en manos del oscurantismo eclesiástico. A estos maestros se les fusiló, se les condenó al exilio o fueron depurados y se abrió un período negro que marcó tan tristemente el futuro de este estado y que continua amenazando nuestro presente, donde la educación sigue en buena parte en manos de la Iglesia.

Se podría continuar, la lista de los crímenes es inmensa y el miedo ha impedido a muchos el hablar del calvario en que convirtieron sus vidas los vencedores. La Iglesia, los papas sucesivos nunca se opusieron al régimen fascista, fueron parte de esos vencedores. Franco murió en loor de santidad y agarrado al brazo de Santa Teresa, los curas nunca dejaron de salir a buscarlo a las puertas de la iglesia para hacerle entrar bajo palio o pasearlo así en las procesiones, como si fuera el mismo dios encarnado.

Ahora vendrá el Papa, tal vez nos hable de amor y paz, no creo que se le deba conceder mucho crédito. Los mismos fanáticos que destrozaron el cuerpo de Hipatia de Alejandría fueron los que destrozaron los cuerpos de hombres, mujeres y niños y acabaron con la República. La Iglesia no cambió desde entonces, ni piensa cambiar. El Papa debe pedir perdón por los crímenes cometidos en nombre de su dios pero no lo hará, aunque nosotros le seguiremos siempre exigiendo Verdad, Justicia y Reparación. Verdad para que se conozcan los crímenes de la Iglesia, Justicia para que estos sean juzgados y depurados por tribunales civiles y Reparación para ésta devuelva todo lo robado y sean indemnizadas sus víctimas.

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