Muchos siglos de adoctrinamiento ideológico que, sustentados por herramientas de sometimiento y miedo, como la llamada Santa Inquisición, explican muy bien la carga histórica y “cultural” que arrastramos los españoles con respecto a la confesión católica. En la historia reciente, contrariamente a muchos países europeos que empezaron a secularizarse a principios del siglo XX, cuarenta años de dictadura nacional-católica grabaron a fuego en la memoria colectiva su prevalencia.
Estamos, sin embargo, en el siglo XXI. Tenemos una democracia cuya Constitución estipula la aconfesionalidad del Estado. Estamos en la Era de la información, que es accesible a cualquier ciudadano. Estamos acogidos a la Carta Magna de los Derechos Humanos, cuyo artículo 18 estipula que “todo ciudadano tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”, y cuyo artículo 19 garantiza que “todo individuo tiene derecho a la libertad de expresión y de opinión”.
Pues bien, en ese contexto, en la España del siglo XXI, se argumenta contra un colectivo de españoles, que pretenden expresar libremente su no creencia en deidades o seres sobrenaturales, que hieren la sensibilidad de los ciudadanos católicos. Y me pregunto ¿Alguien tiene en cuenta la sensibilidad de los que, en base al conocimiento y la razón, no validan los mitos religiosos?, ¿Alguien tiene en cuenta que los españoles pueden creer o no creer en lo que les plazca, y que, además, tienen derecho, como en cualquier sociedad democrática, a expresarlo?, ¿Alguien tiene en cuenta que todos tenemos sensibilidad, y que la provocación no es algo exclusivo de los ateos?. ¿Alguien considera lícito y democrático que se considere la sensibilidad de sólo un sector de la población y no la de todos?…porque las macro-manifestaciones de Colón, que yo sepa, para algunos son una provocación y hieren la sensibilidad de muchos, especialmente por ser financiadas con dinero de todos, incluido el de los ateos.
El ateísmo no es negación de nada, es simplemente conocimiento, ciencia y razón; es el teísmo el que afirma e impone como ciertas verdades que nunca han sido demostradas (y nunca lo serán). Por tanto, el ateo, o no teísta, es alguien que, simplemente, se cuestiona la veracidad de unas verdades reveladas que sustentan ideológicamente a organizaciones jerárquicas y totalitarias que pretenden ejercer una hegemonía represora sobre las sociedades y los individuos, y que históricamente son responsables de graves perjuicios contra la humanidad, en tanto en cuanto basan su poder en la anulación de las libertades.
Los ateos han sido históricamente perseguidos, quemados, asesinados al ser calificados de “herejes” o “blasfemos”. Grandes hombres de la ciencia, como Galileo, Copérnico o Newton, cuyas investigaciones supusieron un gran salto cuántico para el progreso de la humanidad, fueron perseguidos y sentenciados por contradecir los dogmas cristianos. La palabra “ateo” ha soportado una carga despectiva y maléfica que nada tiene que ver con la realidad, sino con la cultura, la inteligencia, el conocimiento y el librepensamiento.
Se pasa por alto que Charles Darwin demostró empíricamente hace más de un siglo que el origen de las especies desmiente unas prédicas creacionistas que sustentan el argumentario del cristianismo, argumentario que no se sostiene sino en base al adoctrinamiento y a mitos esotéricos. Parece que en España, como dice una amiga mía, los ateos tienen que seguir escondiéndose y excusándose por ser capaces de pensar. Parece que la razón hiere la sensibilidad de las personas religiosas, pero que el ataque sistemático a la racionalidad y a la verdad científica que propugnan las religiones no hiere a nadie.
La escena me recuerda a esas “damiselas delicadas” que retrataba Larra, que no salían satisfechas de una corrida de toros si no presenciaban muerte, torturas y vísceras ensangrentadas, pero que empalidecían y se desmayaban cuando veían a lo lejos un pequeño ratón. Todo un sinsentido para la lógica, la igualdad democrática y la razón.
Coral Bravo es Doctora en Filología
elplural
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