
De la historia de estos desgraciados enamorados de los que aquí hablamos, poco es lo que sabemos: Josefa Fernández Fernández, de 34 años, de Redipollos, cercano a Puebla de Lillo, de profesión “sus labores”, casada con José María Fernández González, contesta, después de ser “convenientemente preguntada”, que se encuentra recluida en la Prisión Militar de San Marcos de León desde hace once meses, cumpliendo la condena de doce años que le ha impuesto el Consejo de Guerra Permanente de la Plaza, cuando envió a su esposo, que se halla en la Prisión de La Bañeza, la tarjeta que se le muestra y que ha sido el motivo de que ahora, el 5 de septiembre de 1938 (III Año Triunfal), la procese además la Auditoría de Guerra de León y su Juzgado Militar Eventual nº 4, cuyo Juez Instructor es el Teniente Coronel de Caballería don Luís Salas Caballero. Y es que la tal tarjeta, que remitió a su marido “con el fin de demostrarle que le recordaba”, no era una tarjeta cualquiera; era artesanal; era, como correspondía en lo posible a semejante situación, única y personalizada.
Se trata de un bordado de pequeño tamaño (cabe en un sobre normal, de los disponibles para las cartas que después visa la Censura Militar), enmarcado por puntadas amarillas, hecho con el primor y el cariño de lo sencillo, venciendo quién sabe cuántas dificultades y miserias, y destinado a que su marido la cuelgue en la pared del lóbrego y colmado calabozo en el que habita. Trata de ser alegre, a pesar de las tristes circunstancias, e incluye el texto “Recuerdo de tu esposa Josefa. 1938”, al que flanquean sendas flores… Y una de ellas, la de la izquierda además y por más señas, le dio pocas alegrías a Josefa, y menos aún creemos que le diera a su marido, a cuyas manos nunca llegaría la tarjeta, pues fue unida como prueba al Procedimiento en el que ahora la encontramos.
Porque tal flor no fue del agrado del censor, que debía por lo visto padecer de una especie de aversión a ciertos colores (tal vez había sido de quienes en los pasados años entonaran aquella cancioncilla que decía “Me está jodiendo el morao / que está junto al amarillo / debajo del colorao”…), y así, por más que Josefa se empleó en manifestar al señor Juez “que jamás estuvo en su pensamiento dibujar (en la flor) una bandera de la República, y que por verdadera casualidad dibujó con esos colores tal flor”, y en manifestar solemnemente ”no tener constancia de representar (en la flor) bandera alguna, ni republicana ni de ninguna otra clase”, el Instructor no lo ve claro (o más bien lo ve diáfano), y traslada el asunto “a la superioridad”, convencido, le dice, de que “una de las flores de la tarjeta parece representar los colores de la Bandera Republicana (sic)”, y los describe como “morado color Obispo (…los báculos y las espadas, tan juntos siempre y tan compenetrados…); unos hilos color verde; y amarillo y encarnado” (y es posible que no utilice el término “rojo” en lugar de “encarnado” por su temor a ser también él mismo encausado por “la superioridad” si así lo hace…).
Desconocemos, por no tener más datos por ahora, lo que “la superioridad”, el Asesor Jurídico de la Auditoría de Guerra, vino a decidir en este asunto, pero creemos no equivocarnos al augurar que no debieron derivarse del mismo consecuencias nada gratas para Josefa y José María, los tristes protagonistas de esta historia de amor desgarrado que hoy rescatamos, que trata de sobrevivir a pesar de las derrotas y los castigos, una historia dificultada por la separación y la distancia impuestas a ellos y a tantos otros por quienes por tanto tiempo hicieron de la imposición, la intransigencia, y el atropello, su bandera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario